En el año 1958 Madeleine Elster vivía una vida complicada entre verse acusada de infidelidad matrimonial por su marido Gavin y la obsesión de estar poseída por el espíritu de su bisabuela Carlota Valdés, que se había suicidado cien años antes. Por esta razón visitaba asiduamente su tumba y quedaba absorta ante su retrato en el Museo de la Legión de Honor, en San Francisco.
La idea del suicidio le perseguía hasta el borde de la bahía o en lo alto del campanario de la misión Dolores; afortunadamente Madeleine nunca padeció bradicardias sintomáticas y hoy vive feliz en Oregón, criando caballos y llamas.